lunes, 24 de junio de 2013

Praga... bella Praga

Hasta ahora habíamos viajado en avión, en tren de alta velocidad, en subte, en colectivo, en auto y a pie. Básicamente, nos quedaban por cubrir algún tipo de transporte acuático y un micro de larga distancia. El primero, da la sensación, de que no lo vamos a utilizar, pero el segundo lo tenemos tildado. Lo usamos para viajar de Berlín a Praga. Según dicen, el paisaje del camino que une las dos ciudades es muy pintoresco. Lamentablemente, no pudimos disfrutarlo porque no habíamos dormido la noche anterior, después del boliche "exótico" de Berlín.

El micro era muy cómodo y tomó unas 6 horas en hacer el trayecto (llegamos alrededor de las 14). Decidimos este medio porque era bastante más barato que tomar un tren. Llegamos a la estación de buses Florenc, en Praga, la capital de la República Checa. Después de aprender que para ir al hostel había que tomar un subte, al llegar a la estación subterránea, todavía nos quedaba aprender qué boleto sacar y cómo era el sistema. La cosa se puso complicada porque el idioma es un despiole. Cuanto más al este de Europa uno se va adentrando, más raras empiezan a ser las letras. El sistema resultó ser parecido al de Berlín. Comprás un boleto por tiempo (30 o 90 minutos y vaya a saber cuántas opciones más había, todas imposibles de entender para nosotros), lo marcás en una tickeadora cuando entrás a la estación y ese es el tiempo que tenés para tomar colectivos, bondis, trenes y creo que hasta tranvías también.

Praga es una ciudad preciosa. Al menos el centro de la Ciudad Vieja, que es donde estábamos nosotros y que es, también, la zona turística principal de la ciudad. La combinación de lo medieval y lo moderno generan un contraste que hace imposible no quedarse maravillado. Quizás podría decir que es como Brujas pero mucho más grande. La gente, en general, es agradable, a pesar de que el idioma los hace sonar enojados siempre.

El hostel estaba perfectamente ubicado y, luego de perder un poco de plata al comprar coronas checas, nos fuimos a pasear por la ciudad. Nos metimos en un bar de pool, tomamos una cerveza, cosa obligada en el país de la cerveza Pilsner, y dimos unas vueltas por la ciudad. A la noche fuimos, como cosa obligada, a un boliche típico de la ciudad. Se llama Karlovy Lázne y consta de 4 pisos y un subsuelo. En cada piso hay un bar y un "sub boliche" que pasa una música en particular o tiene una temática particular. Hits de Radio en el subsuelo, bar de hielo en planta baja, dance en el primero, clásicos en el segundo, hip-hop y electrónica en el tercero y chill out en el cuarto. Aunque parece una monstruosidad, en realidad, cada uno de los mini boliches son bastante reducidos y no entra tanta gente. Igualmente, se vanaglorian de ser el boliche más grande de Europa Central (o mais grande do mundo, según Chorch :P )













Al día siguiente, domingo, salimos a recorrer la ciudad a pie con un poco más de seriedad y no tan cansados. De vuelta: Praga... bella y hermosa Praga. Todos los rincones que uno recorre tienen algo interesante para ver, para quedarse parado mirando perplejo, contemplando la complejidad del arte en los edificios. Lamenta uno ser un ignorante absoluto en este tema y no poder disfrutarlo en mayor grado. De todas formas, se puede aprender, y si no, se disfruta también.
A Praga, como a casi todas las ciudades, la atraviesa un río, el Moldava. También como todas las demás ciudades donde estuvimos, al río se le exprime el provecho como paisaje y atracción turística. Cruzamos el río a través del puente de Carlos IV y pasamos al otro lado de la ciudad, en dirección al Castillo de Praga. Está ubicado en el tope de una colina y se lo ve, austero pero imponente, desde casi toda la ciudad. No estuvimos demasiado tiempo ahí. Pasamos por la iglesia que está dentro y nos fuimos para un parque que está subiendo un poco más sobre otra colina. Almorzamos algo rápido, contemplamos la visión de todo el centro viejo -y un poco más también- y seguimos dando vueltas por la ciudad.
Esa noche era la última del grupo todo junto porque al día siguiente algunos nos íbamos para España y otros a Italia. Por esto, fuimos a sacarnos una foto con el castillo de noche, con la vista desde el Puente Carlos, y después cenamos algo típico de la ciudad: codillo con chucrut. Terminamos en un bar rockero donde nos matamos de risa hasta bien tarde.
























Nos levantamos el lunes y estuvimos solucionando temas de reservas, vuelos y otras cosas, mientras Ari esperaba que venga un médico de Assist Card a que le vea el dedo gordo del pie, porque lo tenía destruído por culpa de una uña encarnada. Con Andrés nos fuimos a la torre del reloj astronómico, que está en el centro de la Ciudad Vieja. El reloj, y la torre, se empezaron a construir en 1410.

Terminamos yendo todos juntos al aeropuerto, puesto que los dos vuelos que teníamos que tomar salían con poca diferencia de tiempo. Hicimos el check-in, pasamos a pre embarque y ahí nos despedimos, dándonos un abrazo cada uno, deseándonos lo mejor para los viajes particulares y con ansias de volver a encontrar en Barcelona en una semana y algunos días.